Puedo calcular, sin problemas, tres metros exactos desde donde estoy, es la distancia a la que puedo reaccionar en caso de que alguien quiera hacerle algo a mi hija y que ella podrá correr si alguien me ataca. Siempre tiene un papel con teléfonos de emergencia en su bolsa que sabe que debe mostrar y sabe como gritar si algo le pasa. Cuando viajamos y puedo dejarla jugar un poco más alejada de mí siento tranquilidad, pero también tristeza por vivir en un país que le niega a la infancia el derecho a jugar a sus jóvenes el derecho a estudiar y a todos el derecho a caminar. La violencia nos ha quitado el derecho a vivir, a crecer y a ser personas que se desarrollan completamente. Hemos aprendido a vivir con miedo y eso nunca ha sido vivir. ¿Cómo aprenderán nuestros hijos a vivir? No estoy seguro de querer ese futuro.
Nada serio, todo real