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Leo Dan, billar y llamadas perdidas.

La leyenda cuenta que José Emilio Pacheco solía ir a jugar a este billar ubicado en la calle de Medellín entre Chiapas y San Luis Potosí. En realidad llegar ahí para mí fue más por una necesidad de salir del encierro que el estar en una oficina representa; más allá de intentos de revivir una leyenda o de visitar lugares comunes.


Un lugar no existe sin sus visitantes, y en el caso del Billaroma ellos parecían que estaban ahí desde el momento en que el lugar abrió sus puertas o incluso antes, en algunos momentos me pareció que estaban con su caja de dominó, simplemente esperando a que abriera para iniciar ese juego que a mi parecer es eterno.


Las mesas de billar estaban prácticamente vacías fuera de la que ocupamos mi amigo y yo; parecía que siempre había sido y sería así. No así las mesas de dominó que estaban llenas por las personas de las que ya escribí. La nostalgia comenzó a invadirme en cuanto seleccionaron canciones de Leo Dan por el sistema de sonido y no porque haya vivido esa época, sino porque en ese momento mi estado de ánimo era propicio para la nostalgia.


Leo Dan platicaba acerca de cómo las distancia por el teléfono había vuelto a él y a la chica en cuestión en dos extraños; que de vez en cuando se preocupaban el uno por el otro y de quién no sabía mucho. Era un poco de bipolaridad en la letra, pues al mismo tiempo que le juraba amor eterno, tenía que aceptar que ella no lo percibía de esa manera y que para ella sólo era cuestión de no contestar el teléfono y de esa manera se evitaba el compartir una vida con él.


Obviamente, con eso en mente mi juego de billar, de por si mediocre, disminuyo mucho. No podía dejar de pensar en los señores que atestaban el Billaroma sin cruzar palabra contando puntos en fichas, ni en Leo Dan y mucho menos en esa llamada que por la tarde hice y seguramente se mostraría como una llamada perdida en un teléfono celular.




Leo Dan: Como poder saber si te amo.

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