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De la vez que fui a ver a Leonard Cohen


Hice un viaje a Los Ángeles para despedirme de dos personas que siguieron vivas algunos años más: Leonard Cohen y mi abuelo. Tenía la esperanza de que ambos fueran inmortales, pero la realidad me hacía saber que no sería así. Tomé un avión para ir, primero con mi abuelo a ver un partido de los Dodgers y después a un concierto de Leonard Cohen.

Cuando Leonard Cohen anunció su gira y vi que el lugar más cercano a México donde tocaría sería en Los Angeles decidí comprar boleto. El saber de esa gira me hizo pensar en la mortalidad, sabía que el señor no seguiría vivo mucho tiempo y que no podía morirme sin verlo, o mejor dicho que se muriera sin que lo viera.

Ese pensamiento en la mortalidad me hizo pensar en mi abuelo, quien fallecería dos años después y algo pendiente que teníamos desde que yo era niño: ir a un partido de los Dodgers. Ahí platicamos de la vida durante 9 entradas, me contó de nuevo historias que podía oír sin cansancio y yo le platiqué las mías que podrían sorprenderlo; después del séptimo inning, le dije lo importante que había sido en mi vida y del cariño que le tengo y el me dijo una de mis frases favoritas: “Está bien que te guste ser soltero, pero asegurate que cuando mueras tengas quien aviente tierra sobre tu ataúd”. Al terminar el día los dos estábamos quemados por el sol, pero de alguna manera felices.

Al día siguiente muy contento por la tarde que había pasado me preparé mentalmente para ver a Leonard Cohen en el Teatro Nokia. Tenía veinte años de conocerlo, desde que el Chulo y yo queríamos hacer un programa de radio y el tipo a quien le llevamos el demo nos recomendó escuchar un programa de Rock 101 que era muy parecido a lo que queríamos hacer y que durante una semana sólo hablaba de un artista. Esa semana en particular tocaba Leonard Cohen y desde que sonó There is a War, nunca pude despegarme de ese señor.

La canción me sorprendió, más por su letra que por su música, en ese entonces era un ávido lector y estaba clavado en la poesía. Escuchar esas palabras con esa voz me hizo descubrir un nuevo enfoque a la literatura y a la música, terminé de escuchar esa semana ya no como una influencia a nuestro programa de radio, sino como una adicción.

Al llegar a casa mi papá había escuchado el mismo programa mientras iba al trabajo y comenzamos a platicar de Leonard Cohen, yo le presté algunas canciones que había grabado en un cassete pues eran los tiempos previos al MP3. Mi padre me había presentado a Dylan, Los Beatles y Lou Reed, presentarle a Cohen se me hizo algo justo y el gusto por él se convirtió en una de tantas cosas que hemos compartido.

Desde ese momento, Leonard Cohen se volvió una referencia importante en mi vida, sus letras me ayudaron a tomar decisiones importantes durante el final de mi adolescencia y sus discos se volvían temas de plática para encontrar nuevos amigos, uno de ellos, un mimo que me robó el New Skin for the Old Ceremony sin emitir ni una palabra al respecto, fue quien me hizo decidir estudiar Literatura Dramática en lugar de actuación, todo eso mientras tomábamos café en un VIPS y oíamos el The Future. De repente me dijo: “Si Leonard Cohen puede recluirse en un monasterio budista, claro que puedes escribir obras y guiones” (Spoiler: nunca lo hice)

Cuando mi hermano pidió la mano de sus esposa sonó I’m Your Man y yo en mi boda quería bailar Dance me to The End of Love (Spoiler: tampoco pasó). Cada vez que pensaba en renunciar a algo cantaba en mi mente The Partisan y siempre que tenía alguna duda recordaba que existía un acorde secreto que David tocó para satisfacer al señor. Nunca pasé más de un mes sin escuchar algo suyo, así que ir a verlo para mí era viaje espiritual y casi religioso, le regalé a mi papá su boleto y decidimos que en octubre estaríamos viéndolo.

Un día después de haber ido al beisbol con mi abuelo, fui a despedirme de Leonard Cohen desde la última fila del Teatro Nokia. Me senté y durante más de tres horas olvidé que existía un mundo fuera de ese momento que Cohen y yo compartíamos.

El concierto empezó puntual, con Dance me to The End of Love y como la gente en Los Angeles llega tarde a todo el teatro estaba aún a la mitad. Él lo noto y más adelante repitió esa canción para que quienes no habían llegado al principio pudieran oírla.


Verlo en vivo fue la experiencia que esperaba, un señor de ochenta años que cantó y bailó durante tres horas y media transmitiendo paz a un teatro lleno, el concierto fue el mismo que había cantado en sus últimos tours y que quedaron registrados en dos discos diferentes, pero el saber el setlist no hacía el concierto menos sorpresivo y para nada le restó emotividad. Leonard Cohen te arranca lágrimas y te aísla de lo que te rodea, te atrapa viéndolo bailar y te hipnotiza con su voz gutural. Te hace darte cuenta de que las personas morirán, pero lo que vives con ellos será para siempre.

Comentarios

Anónimo dijo…
Beautifully written, a testament to the ones gone to make them live forever. Happy to the core you had that in your life. A glimpse through a window I had wished not to be outside of, but beautiful where it was, you introduced me to Leonard Cohen. I still listen to it but it brings too many memories to you to let me keep the exoskeleton from cracking.
would have thrown more than earth, but now a newer cleaner earth came, thank you for the past, Cohen and this.


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